A los siete años, yo era el chivero más joven en Rancho Los Prietos (cerca de Salamanca, Guanajuato, México). Como buen y orgulloso chivero, mi día comenzaba antes del amanecer. Me despertaba a las 4 de la mañana seis días a la semana y caminaba rápido hacia la casa de mi abuelo, Papá Pepe, para tomar café con galletas con él y mi abuela, Mamá Ruma. Luego, mi Papá Pepe y yo nos llevábamos las casi 150 chivas al cerro y no volvíamos hasta el atardecer.
Como dije, era un chivero bueno y, en mi mente, mi futuro era ser el mejor chivero de la región. Mi familia debió haber pensado lo mismo, porque dos años después cuando decidieron emigrar a California en busca de mejores oportunidades, se decidió que yo me quedaría con mis abuelos en Rancho Los Prietos.
Si estás leyendo esto, probablemente puedes adivinar que este no fue el final de mi historia.
Mi familia es muy grande, así que mis padres no pudieron trasladar a toda la familia en tan sólo un viaje. Cuando mi papá regresó unos meses después para llevarse al segundo grupo de mis hermanos, pasó a despedirse de mí y notó un pequeño detalle que cambiaría mi destino. Mi abuelo recién nos había comprado un par de zapatos a mi primo y a mí pero los zapatos de mi primo eran de marca y más caros. Esto alarmó a mi papá y se dio cuenta de que si me quedaba en México yo no recibiría el apoyo que me merecía. Así que me junto con mis otros hermanos y, a la edad de nueve años, me fui a Sacramento, California.
Mi nombre es Osvaldo Gutiérrez y soy profesor de química orgánica en UCLA. Pero aún no llegamos a esa parte de mi historia. Primero hay que hablar de lo que tuve que hacer para llegar aquí.
Vivir en Sacramento como indocumentado a principios de los años noventa no fue nada fácil. Al igual que ahora, había mucho sentimiento antiinmigrante. La famosa Proposición 187 alentó al estado a implementar sistemas de revisión y prohibir servicios de salud no urgentes y educación pública a inmigrantes indocumentados.
Constantemente tenía miedo de regresar de la escuela y encontrar que alguien de mi familia había sido deportado. Sin embargo, en Sacramento veía muchas oportunidades de mejorar la situación de mi familia. Sé que es un cliché, pero Estados Unidos realmente era – y sigue siendo – la tierra de las oportunidades. A los doce años empecé a trabajar como jardinero durante los veranos—seis días a la semana, diez horas al día. Durante el año escolar, trabajaba los sábados para ayudar a mi familia. No hay otra forma de decirlo: trabajamos muy duro y aun así, éramos muy pobres.
Fue la escuela lo que realmente me presentó una verdadera oportunidad. Me di cuenta de que me gustaba leer y era bueno con las matemáticas. Mi aptitud para las matemáticas me dio un sentido de pertenencia en esas clases. En el sistema de escuelas públicas de California, vi un camino hacia un futuro que no había soñado en los cerros cuidando chivas.
En la secundaria decidí proponerme algo que nadie en mi familia o en todo el Rancho Los Prietos había antes logrado: graduarse de la preparatoria y asistir a la universidad.
En la secundaria decidí proponerme algo que nadie en mi familia o en todo el Rancho Los Prietos había antes logrado: graduarse de la preparatoria y asistir a la universidad. Soñaba con un día regresar a visitar a Papá Pepe, pero esta vez como doctor. Cada vez que uno de mis siete hermanos mayores dejaba la preparatoria para empezar a trabajar, me motivaba más. Sentía que si yo lo podía lograr, podría entonces pasarles la “receta” a mis seis hermanos menores y así cambiar el destino de nuestra familia.

A pesar de ser un inmigrante reciente y tener padres sin estudios, tenía calificaciones casi perfectas en la preparatoria. Pero cuando un consejero me dijo que para estudiantes indocumentados como yo las posibilidades de ir a la universidad eran prácticamente imposibles, me sentí derrotado. Me propuse encontrar a un estudiante universitario indocumentado, pero no lo encontré. Mis calificaciones empezaron a reflejar mi pérdida de motivación. Mientras trataba de terminar la preparatoria de puro panzazo, emprendí una compañía de jardinería, trabajé como panadero industrial y hasta probé mi suerte en el boxeo.
¡Ya casi salía de la preparatoria cuando me enteré del colegio comunitario! El no haber sabido de esta opción antes es una de las razones por las que hoy soy tan apasionado de ayudar a otros que se encuentran en el mismo camino.
Mientras seguía trabajando, me inscribí en el colegio comunitario y, después de cinco años, fui aceptado en la UCLA. Para la mayoría de las personas, el ser admitido a UCLA es un sueño hecho realidad y aceptarían sin pensarlo, pero yo tenía muchas dudas. Los Ángeles era caro y estaría lejos de mi familia en Sacramento que seguía contando con mi ayuda. También me daba miedo estar más cerca de la frontera. Afortunadamente, hubo una persona de UCLA que se reunió conmigo y cambió mi opinión de inmediato. El profesor de química, Miguel García-Garibay.
El “Profe” García-Garibay también es de México. Él fue muy amable conmigo y hasta me dio un recorrido por el departamento de química. Me inspiró conocer a alguien que se parecía a mí y que venía de un lugar similar al mío. Puede parecer insignificante para muchos, pero experiencias como estas tienen un impacto enorme.
Me dijo que si trabajaba duro en UCLA, dado a la reputación y el rigor de las clases, seguro sería aceptado a un programa de medicina. Todo lo que tenía que hacer era sobresalir. Tomé mi decisión y me inscribí en UCLA.
Sobresalir en UCLA es duro para todos los estudiantes. Pero para alguien en mi situación, sin apoyo familiar y protecciones legales, fue aún más difícil. Durante un tiempo, fui a la escuela a pesar de no tener ni siquiera un techo sobre mi cabeza. Además, mi estatus legal una vez más iba a complicar mis planes. Me di cuenta de que era casi imposible ingresar a una escuela de medicina siendo indocumentado.



De izquierda a derecha: Osvaldo y su madre en la escuela primaria en Sacramento, Osvaldo y sus padres en su graduación de UCLA, Osvaldo con su esposa e hijos en su ceremonia de naturalización.
Afortunadamente, estaba disfrutando hacer investigaciones en química y decidí seguir un doctorado en química orgánica. Completar un doctorado siendo indocumentado tampoco fue fácil, para no decir más. Pero lo que me fascina de la química es el impacto que tiene para la humanidad. Perdí a mi mamá al cáncer de seno cuando apenas empezaba mi carrera como profesor, pero dos moléculas, la morfina y el taxol, cambiaron su vida. El taxol extendió su vida lo suficiente para bailar una última canción en mi boda. La morfina le permitió cerrar los ojos y dormir en momentos de gran dolor. Siento que tengo una responsabilidad con este país que me ha dado tanto, de continuar trabajando para ayudar a la sociedad.
Después de varios años en otras universidades, regresé a UCLA como profesor en mi antiguo departamento. Mi investigación se enfoca en combinar varias áreas diferentes de química que tradicionalmente se mantienen separadas para desarrollar nuevas formas sostenibles de fabricar medicamentos. Específicamente, todos los miembros de investigación de nuestro grupo reciben entrenamiento en síntesis orgánica e inorgánica, espectroscopía y química computacional. Mi meta es desarrollar nuevos catalizadores que puedan ser utilizados por la industria farmacéutica para reducir el costo de medicamentos.
Pero mi misión aquí es mucho más que enseñar e investigar. También soy el director de la facultad de STEM a través del Chicano Studies Research Center. Mi trabajo es promover iniciativas STEM que apoyen a los estudiantes que estén pasando por las mismas experiencias que yo viví. Tenemos un programa que se lleva a cabo todos los viernes y que ofrece a unos 10 estudiantes de colegios comunitarios experiencia práctica en investigación computacional. Algunos de estos estudiantes eventualmente vendrán a nuestro laboratorio para realizar investigaciones durante el verano. Al mismo tiempo, este programa también ayuda a los miembros de mi grupo de investigación a convertirse en mejores maestros y mentores.
Al mirar hacia atrás, estoy agradecido por todas las experiencias que he tenido. El rancho me enseñó la importancia del trabajo duro, de levantarse temprano, de nunca quejarse y de estar atento a las oportunidades. La cultura de trabajo arduo y la inclusividad de UCLA me dieron la confianza y sabiduría para cambiar el mundo y abordar algunos de los problemas más grandes del mundo.

La cultura de trabajo arduo y la inclusividad de UCLA me dieron la confianza y sabiduría para cambiar el mundo y abordar algunos de los problemas más grandes del mundo.
Me gustaría terminar hablándole directamente a los estudiantes que han tenido la paciencia de leer toda mi historia. Estas son algunas cosas que quiero que recuerden. Estén preparados para cuestionar por qué están haciendo algo y si es lo correcto para ustedes. Si algo fuera de su control cambia su vida, estén preparados para cambiar con ello. Entiendan que no siempre saben los desafíos que otras personas están enfrentando, incluyendo los estudiantes que están sentados a su lado en clase. Ponerse en los zapatos de los demás no sólo es lo correcto, sino que también los ayudará a ser mejores personas y estudiantes. Finalmente, recuerden, ¡están en la UCLA! La universidad donde pueden serlo todo. Y si necesitan hablar con alguien, mi puerta siempre está abierta.
Esta historia fue traducida al español con la generosa ayuda de José Rodríguez, residente de Los Ángeles y amigo de UCLA.